Que el mar superara la elevada plataforma de la costa era un fenómeno que pocas veces ocurría, y si lo hacía, era de todo menos un buen presagio, casi como que hablaran de sus orígenes, de sus vidas antes de soltar las amarras en aquel lugar.
Almacenaba tantas palabras para arrojarle más allá del consabido ¿cómo estás?, (que no dejaba de ser la pregunta más simple y compleja del mundo), que romperlas en otro contexto supondría jugarse la amistad, por abuso de buena fe al adentrarse en temas tabú o por malentendidos provocados por las propias palabras al desgastarlas tras cada porqué
En aquel reducto nada se erigía tan poderoso como la honestidad, ellos eran conscientes en todo momento de su valor. No obstante, su ubicación les resultaba algo tediosa. Incluso en un entorno amistoso era un arma de doble filo, tan lejos hacían como si éste no fuera con ellos como si lo traían más cerca podría golpearles en lo más hondo a los dos, desafiándoles a que apareciese el mayor dolor al que todo ser humano se puede enfrentar: la verdad
El atardecer acabó por descongelar todos los asuntos pendientes, vulnerabilidad y desconfianza se hicieron uno para devolverles a golpe de anécdota sueños frustrados y deseos futuros, transformados en cargas del pasado y reflejos presentes.
El avanzado estado de descongelación trajo consigo la ausencia, aunque solo fuese temporal de la vanidad individual, no era el lenguaje de sus ojos, sino sus gestos que en la remota playa hablaban por sí solos, como si no hubiesen pasado los años, aquellos paisajes evocados volvían a romperles por dentro, como la gran ola que azota a la costa.
No era poca cosa, después de todo habían logrado capear el temporal y llegar vivos a la arena. Jamás esperaron que ese gol en propia puerta que siempre supone un desnudo emocional, dejara fuera de todo anhelo que el amor es la única certeza que no tiene desmentido posible, más allá de la inteligencia de la emoción y una sonrisa de valentía.
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