Las grandes historias precisan de grandes principios, no siempre la determinación de un origen es sencilla, a veces ni una misma sabe que ya se está gestando al vivirse, incluso hay veces que quedan replegadas sin poderlo evitar influjo del devenir del tiempo, cayendo en el olvido de todos inclusive en el tuyo, la fragilidad de una imagen que escampa como la lluvia en una noche de tormenta.
Si tuviera que determinar cuando fue la primera vez que te vi quizá era muy pequeña para poderlo recordar, años de infancia donde deduzco que nos acompañaron sendos baños con acantilados de miel y hojarasca, tan cerca y tan lejos.
Aun me cuesta creer que visitase las avenidas que te vieron madurar sin que se me escapase un suspiro de por medio, quizá el ser humano concentre la atención en otras realidades que por más que existan otras a dos palmos de sus ojos con potencial de ser algo en el mañana, se obceque en otras, algo así recuerdo de aquellos días, no siempre vemos lo que tenemos delante, aunque la realidad esté paseándose en cueros delante de ti, a saber, si movidos por intereses y prejuicios. Igual no era tu momento, eso nunca se sabrá ya.
Si categorizar es errado, culpa mía, de hecho, ojalá algún día pueda pedirte perdón, ya que igual resulta deteriorado aquello de las imágenes preconcebidas aun estando ya inmerso en las largas tardes de sol cuando ojalá equivocarme eras el clásico hombre anuncio, el mito del bello de mente vacía era cuestión de tiempo que tal y como nos educan rondase por la mente redundando en tópicos, sí.
Los años pasaron, todo esto se olvida, aunque no del todo, porque si en nebulosa estaba, totalmente pasado no, rebuscando en la memoria no alcanzaba edad para romper estereotipos, que dependiendo llegando a ser muy acusados, casi más de una década después para el peor de tus pesares te sigue persiguiendo allá donde vas.
Si aquello fue difícil de olvidar, imagínate la mirada del prejuicio ajeno, ojalá fuésemos valorados por lo que hacemos y no por el envoltorio que no debería ser connatural o condicionante para determinar cómo uno es, demasiado jóvenes para comprender todo.
Tuvo que ser una librería la que nos aproximase a desmontar prejuicios casi aprendidos, allí estabas en un viaje no diré a qué destino, girada entre bambalinas y libros una tarde corriente, para no variar de verano, de espaldas cuando pase por tu lado escuché tu voz tan clara, la dicción perfecta que por demasiado sofisticada tantos papeles de bajos fondos te despoja. A veces el misterio nos ayuda a la hora de enfrentarnos al oficio de vivir, aquello justificó que en aquella circunstancia la que se estrenase actuando fuese la que escribe estas líneas, haciendo como si no te conociera que hubiera sido lo que se espera por la edad, la misma que te dicen que no perdona.
Te volteas, preguntándome por un lugar donde dejar algo que no recuerdo, conservas el escandaloso físico que te hizo diferente, aunque no fuera consciente para atestiguarlo, me siguieron la mirada unos hermosos ojos, grandes, solícitos y expresivos de los que no sabía si retirar la vista por violencia o salir corriendo por lo surrealista
Quedando de manifiesto que ni la belleza ni la juventud son un valor en sí mismos, lo que por seguro no olvidé fue ese rotundo muchas gracias que le respondiste al camarero ya debió haberme dado indicios de la persona que redescubriría (¡cómo no, otro verano!), innegable era que aquello me sugiriese una inquietud diferente como quien no rehúye ser visto que no es lo mismo que ser mirado, lo tan controvertido y amado del exhibicionismo.
Te habría comentado tantas cosas que apunto estuve de hacerte un apunte al libro que posadamente balanceabas, uno que no estaba traducido al castellano, una edición algo peculiar de un libreto teatral británico, no siempre los traductores siguen la línea tan precoz como avispada de los lectores, los libros revelan personas, pero son tantos los libros existentes para el poco el tiempo que hay.
Madrid se despuebla, pero antes de estallar todo y deformarse las vidas de todos algo más calladas desde entonces, la sensación de redescubrir que ahí en la retaguardia nos habíamos reflejado en el mismo escaparate.
Ahora bien, esto sería la crónica de lo equivocado de aquel primer juicio desnudo, seco, clavado que tan crudo podría resultarnos a cualquiera de nosotros de ser el prejuiciado desde la ahora tan repetida distancia o cuando piensan que eres como otros que viven otras vidas.
Cuando desconocemos que deseas huir de tus propios rasgos, dejando a la intemperie la batalla que puede estar librando.
Quien sabe si tenías que venir tú gracias a una respuesta venir a descubrirme las desventuras de una brigada criminal en forma de páginas o que antes de que lo pudiésemos imaginar existió una mujer sin nombre, que por no poder no podría ni firmar, sorpresivo que alguien como tú me enseñase que todos tenemos derecho natural a equivocarnos.
Cuánto haces por el arte, todo a favor, aunque jamás llegues a saberlo, que por atreverme desde esta calma que otorga escribir desde lo platónico, mentiría si con pocas palabras dijera arrojada que te leí esa emocionante respuesta con la suave voz que un verano intermedio escuché como si toda la fuerza se te hubiera ido a otro símbolo que de ser cortado decrecería su fuerza como en el mito de Sansón.
Líbidamente cobarde, brotó cierta sonrisa infantil cuando el otro día quien sabe si buscando el rastro de un pasado recuperado, levanto la vista, y descubro lo que fuiste a dejar…una claqueta.
Aunque muchos quisieran por aquello de encuadrarnos, no somos una sola persona todo el tiempo, un hecho jamás será definitorio, sigamos los presentimientos.
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