Cuando le vi, hacía horas que el sol había caído del cielo y las farolas del parque habían adoptado su luz. Suponía que aquello era la despedida después de una tarde digamos que inolvidable. Sabía que tenía que ocurrir, pero yo todavía no era consciente de aquel hecho, hasta el momento en el que me crucé con él aquel día, agotándose la primavera.
Mientras mis ojos luchaban por captar el detalle tan…peculiar de sus facciones, el silencio se apoderaba de mí, otros hablaban. La realidad es que él y yo tenemos bastante en común, tanto que da hasta miedo. Es cierto que nos conocíamos desde hace poco más de diez años, eso sí indirectamente. Ni siquiera le habría podido llamar ‘’conocido’’.
Sin embargo, había algo en su persona que me hacía sentir una conexión. Nuestro encuentro fortuito aquella tarde-noche nunca podría haberse imaginado de tales dimensiones, de tal intensidad y fuerza.
-Un placer – me despedí tratando de cerrar el encuentro en auge
-Lo mismo digo, gracias a ti – respondió con su sempiterno carácter
Previamente, habíamos estado conversando cerca de veinte minutos, mi amiga, su amigo, él y yo, para luego quedarnos al final mi amiga del alma, él y yo, tuve que condensar en pocos minutos lo que llevaba pensando desde hacía tiempo, ahora que por fin y por causas del destino estábamos él y yo, frente a frente, face to face. Las cartas estaban sobre la mesa.
-Vaya, ¡qué alta eres! – dijo sorprendido. Esbocé una sonrisa mientras trataba de mantener la calma. Podía sentir la mirada cómplice de mi amiga.
-Demasiada gente me lo ha dicho ya, yo creo – respondí rápidamente porque algo tenía que decir, no podía ser una mera observadora, un yo no tan antiguo en el tiempo en esta situación no sé si hubiera podido no quedarse paralizado ante una situación así.
-Ves, seguro que no soy el único, no soy tan original como parece – contestó con un halo de encanto impropio en alguien como él.
Tanto mi amiga como él, procuraron hacerme sentir en confianza, ya que ellos se habían visto en diversas ocasiones lo que les había permitido conocerse bastante, hicieron que no fuese una conversación a dos bandas, sino a tres.
Ahora, ¿qué podía decir?, supongo que otras personas habrían continuado la charla por unos derroteros superficiales o la habrían finalizado directamente con un siempre socorrido ‘’espero que nos veamos pronto’’ o un simple ‘’muchas gracias’’ pero como he mencionado antes nosotros éramos algo más que dos desconocidos, habíamos intercambiado mensajes en redes sociales, nos habíamos tratado con anterioridad, aunque en ese contexto poco importaba ya.
La cuestión es que percibía el peso de su mirada sobre mí, no sé si me explico con claridad, percibía esa fuerza con la que alguien te puede llegar a prestar atención, sentía que me había escrutado previamente, esa extraña energía que te recorre el cuerpo cuando las pupilas de otro ser te ‘’miran’’.
Además, a la pertinente distancia en la que podía captar perfectamente la totalidad de su expresión facial. Miradas peculiares, esas tan poco comunes en la sociedad actual, hacían que yo a su vez le observase meticulosamente, con preguntas y anhelos.
El desconocimiento de su materia junto con todos los sentimientos que me provocaba su mera presencia estallaba en mi ser, casi como un volcán en erupción, la situación tan surrealista e inesperada me desbordaba.
Continuamos hablando sobre mi presencia constante en la sombra, más allá de una u otra composición. Ambos mejoramos enfrentando la vida con una sonrisa, ahora que podemos sí, antes no.
Recuerdo el instante exacto en el que debíamos despedirnos, él apuesto que se sentía terriblemente equivocado de aquel primer juicio. Ahí seguía mirándome, esperando a que siguiéramos sacando temas interesantes, cara a cara, vaho a vaho ya atravesando el primer y tenebroso hielo, pero…tenía un avión que coger.
Tan diferente, tan serio y a la vez tan sereno, en definitiva, alguien con quien no podría haber hablado de nada en absoluto pero que podría haberlo cambiado todo.
Entonces sentí el tirón, ya era necesario llenar el vacío y acabar con el hielo de raíz, con todo aquello que amenazaba con apoderarse de nosotros, había que dejar la charla en alto. Di un paso hacia delante y dejé caer casi accidentalmente mi mano sobre su americana, su suavidad me impresionó especialmente. Es cierto que podría haberme apartado perfectamente y después irme como si tal cosa.
Seguro que alguna estúpida norma social habría calificado mi movimiento como una apropiación indebida de la burbuja existencial de un desconocido, un gesto demasiado confiado. Reconozco que de entrada en la charla había sido algo fría y correcta y quizás con el rumbo de la conversación, yo había encontrado mi porción de territorio.
He de decir que él respondió tomando mi mano, afirmando que para él ésta había sido una tertulia atípica pero a la par interesante.
Fue entonces cuando confirmé que él también era parte de aquella sección de humanos que atrapaban los instantes especiales de la vida, con independencia del foro en que nos encontrásemos. Ahí supe que para nosotros esa era absolutamente la clave.
Como ya había intuido a través de miles de detalles, encajábamos con una sintonía que si no era plena se le parecía, sus rarezas perfectamente sacadas partido y mis imperfecciones, conexiones fatales fuera de espacio y tiempo.
Cada vez que le miro, no puedo evitar hacerlo invadida por un halo de ternura y nostalgia, nadie podría imaginar los interrogantes que pasan por mi mente ¿quién es el real? ¿con quién me confundió? ¿sintió aquel último beso conjugado con mis palabras? ¿estaba su perfume perfectamente escogido? Y la más significativa ¿faltará mucho para volver a retomar donde lo dejamos?
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