Una calle supone algo más que una vía de paso en la que puedes entrar a un establecimiento o ser un punto para alcanzar a otro lugar. En ella pudiste aparecer por tus propios medios, también producto de la mera casualidad o te la pudo haber descubierto alguien, y a este alguien otra persona más si éste no es oriundo de ese lugar; toda una vida almacenando recuerdos en una ciudad, en un enclave y puedes desconocer lugares pintorescos que para el que acaba de toparse con ellos irradian encanto, personalidad tal cual las luces festivas y para los que ya los conocen, en ocasiones, ni repararan en ellos porque por desgracia quizás, han sido forzados a sucumbir a ellos, llegando para algunos a perder radicalmente su encanto y a observar resignados una realidad de la que también son parte y parecen poco más que figuración.
Esencialmente, las luces forman una cadena casi como la calle, la pisada de mis botas en este momento, la suya en otro, y así sucesivamente hasta llegar a la de todos los viandantes sin excepción, cada cual con su historia, lo más valioso que alguien tiene sobre sus pies. Esa cadena de intuiciones que se ha dado no te abandona, no te deja indiferente, vuelve hacía ti para redescubrírsela a otros como aquel frío día de marzo puede que hicieran contigo. La ciudad siempre alberga su luz propia y no exclusivamente en las fiestas, hay que dejarse llevar por la intuición adecuada, en la que el descubrimiento y tu propia intuición son la misma realidad.
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