20:26; hora en la que me dijiste hola por primera vez, quizás para ser exactos unos minutos antes, y casi fue como en aquella canción de La Casa Azul si no fuera porque no tenías la voz transparente, tanto la tuya como la mía estaban ligeramente agravadas resultado de estar sin parar de hablar, cantar y porqué no decirlo de gritar durante horas. Y si, ahí estaba tu sonrisa de miel, esa que tanto me cuesta descifrar si es de miel o de hiel. Se nos paró el tiempo, siempre es tremendamente fácil mirarte, escrutarte, aunque sea con algo de insolencia. Mientras, tu mirada imperturbable también tiene brillo por sí misma, nos acababan de presentar y ya podía notar que la tuya es una de esas que te escuchan atentamente. Tú conoces mejor que nadie lo especial de escuchar también con una aparentemente simple mirada. Haces ver a nuestro entorno de siempre la vida de una manera diferente. Por ello, que al pasar precisamente esta semana frente a tu calle, no ha podido evitar sucederme algo así como un flashback, ver tu aura de músico que ni el sudor pudo frenar y que nos traspasamos mutuamente al agarrarnos. En ese momento exclusivamente éramos dos personas a las que el arte había unido. Y me volviste a demostrar haciendo un símil con la canción que ni distante, ni engañoso ni introvertido, que se puede ir bien pertrechado por el mundo sin dejar de ser la belleza desarmada. Ojalá todos los seres humanos fuésemos así de poliédricos.
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